En efecto, gracias a la proliferación de bitácoras cubanas y al uso cada vez más extendido de la Internet, las noticias relacionadas con algunas de las acciones performáticas más controvertidas de esta bienal pronto le han dado la vuelta al orbe (ver el video tomado por Yoani Sánchez, “Un minuto de libertad de expresión”, del performance de la artista cubana Tania Bruguera). Otras exposiciones como “La Enmienda que hay en mí”, de Carlos Garaicoa, también han inspirado titulares en la prensa internacional que a su vez han sido atacados por periodistas de respuesta rápida en Cuba. Un poco más adelante, volveré sobre estas dos obras para hacer algunos comentarios al respecto.
Como es lógico, el tema de la globalización permite reflexionar ad infinitud sobre problemáticas relacionadas con la identidad, las minorías, la inmigración, el exilio, la política, la economía, entre otros aspectos. En el caso de los artistas internacionales invitados, los cuestionamientos pueden abordar estos tópicos desde una perspectiva local/mundial sin que eso los torne especialmente contestarios, pues a fin de cuentas la mayor parte de los habitantes de este planeta vivimos en países donde la pluralidad es un fenómeno que ha venido de la mano de los cambios socioeconómicos y políticos acaecidos a escala mundial en los últimos veinte años.
Sin embargo, que artistas reconocidos y apoyados por la oficialidad en la Cuba de hoy aborden algunos de estos temas, en especial los que tienen que ver con la libertad de expresión y la represión, es algo que se convierte en un arma de doble filo. Las lecturas que se desprenden de estos sucesos no pueden ser para nada naïf; por el contrario, deben llevarnos a cuestionar la relación existente entre arte y política. Esta es justamente la temática que abordará este artículo en el contexto específico de la X Bienal de La Habana.
Para llegar a comprender el complejo engranaje alrededor del cual se articula este evento, he querido hacer una breve introducción histórica sobre las exposiciones internacionales y las Bienales. Esto nos permitirá hacer un análisis que parte de lo universal para acercarnos a lo particular.
Algunas precisiones sobre las exposiciones internacionales y las Bienales.
Para entender cabalmente el fenómeno de las Bienales tenemos que remontarnos al concepto de Exposición Universal o Internacional que surge en Europa en los albores del capitalismo. La primera Gran Exposición (Great Exhibition of the Works of Industry of all Nations) tuvo lugar en Londres, en 1851, en el Palacio de Cristal (The Cristal Palace). La muestra, que tuvo un marcado carácter estatal, estaba destinada a poner de relieve la supremacía de Inglaterra, devenida potencia económica gracias a la revolución industrial. También mostraba los avances tecnológicos, las refinadas obras de arte y todo lo extraordinario y singular que producían los demás países participantes. Igualmente, cabe destacar que al exponer bajo un mismo techo productos de tan diverso origen, era la primera vez que se acusaba de forma tan explícita las diferencias existentes entre el viejo y el nuevo mundo.
Grande es la deuda que se tiene con este evento que marcó para siempre la historia de la museología universal imponiendo, entre otras cosas, una moda que perdura hasta nuestros días (ver la Expo Montreal 67 y Expo Sevilla 92, por solo citar algunas). Sin embargo, lo que nos interesa destacar en este artículo es que fue allí dónde por primera vez se puso de manifiesto una política cultural proyectada por un gobierno a escala mundial.
Aunque las exposiciones universales o internacionales abarcaban también las artes plásticas, éstas muy pronto tuvieron sus propios espacios internacionales donde lucir su esplendor. Es así como, en 1893, aparece la primera muestra internacional dedicada completamente al arte, se trata de la Bienal de Venecia. Las Bienales son eventos internacionales del mundo del arte que han estado dirigidas o respaldadas desde su origen por gobiernos locales y estatales. Generalmente, tienen lugar cada dos años, pero a veces se altera el ciclo de edición por motivos generalmente económicos o por conflictos bélicos. No obstante, las Bienales han sido capaces de mutar para adaptarse y estar a tono con los cambios que imponen el desarrollo socioeconómico y político de los países en los que se desarrollan. De este modo, la misma Bienal de Venecia ha pasado de ser un evento que dependía del gobierno municipal, al estatal, luego pasó a ser una asociación privada y hoy en día es una Fundación (La Biennale di Venecia), estatus que le permite recibir fondos de los particulares.
Muchas émulos han surgido desde entonces. Algunas, como Documenta, que tiene lugar cada cinco años y se considerada una Exposición Mundial del Arte, se erigen como indicadores de las nuevas tendencias. Otras, intentan defender un arte con acusado carácter social y pretendidamente alejado de los intereses del mercado. Pero, muy a pesar de las diferencias entre las Bienales que se organizan en países de un mundo tan polarizado, algo tienen en común estos encuentros. A pesar de estar abiertos al público, se articulan alrededor de un mundo profesional exclusivo -léase elitista- donde los comisarios tienen todo el poder de elegir a los artistas que califican. Por tanto, son estos agentes endógenos quienes determinan lo que es arte o no. No obstante, es preciso recordar que en el caso de las ediciones que aún están respaldadas por los Estados, los comisarios responden a políticas culturales gubernamentales bien definidas. Otra semejanza entre estos espacios -en dónde se supone sólo reina el amor y el interés por el arte- y las Exposiciones Internacionales, son los grandes beneficios que generan. Sin embargo, lo que prevalece es la imagen de prestigio político para organizadores y participantes, quienes muchas veces representan oficialmente al país que los patrocina.