Lo
supe a principios de esta semana a través del curador independiente Elvis Fuentes. Me refiero a la muerte de Oscar Morriña Rodríguez, uno de los primeros profesores que nos recibía al entrar en la carrera de historia del arte en la facultad de Artes y Letras, en la Universidad de La Habana para iniciarnos con su entrega en el apasionante mundo de la apreciación del arte y sus formas.
Hoy, en este primer día del año, el pintor Tomás Sánchez me volvió a recordar el suceso cuando compartía una nota sobre el hecho a través de facebook. Como la memoria opera de forma asociativa, no he podido impedirme pensar en Morriña tras los bochornosos sucesos relacionados con la artista de la performance Tania Bruguera y el mundillo oficial del arte cubano por estos días.
Conocí a Oscar Morriña en 1989, a mi llegada a Artes y Letras, facultad a la que estuve vinculada por muy corto tiempo. Morriña —como le llamábamos todos— fue un profesor y ser humano
increible.
Hace unos días le comentaba a Elvis que Morriña fue el único profesor que sacó la cara por
nosotros en Artes y Letras, en el lejano 1989, cuando —a falta
de un periódico estudiantil en la facultad— un grupo de alumnos de primer año hicimos unos murales para expresarnos libremente y compartir información. Igualmente, fue el único profesor de aquel claustro que hizo
por que yo no abandonara la carrera debido a las acusaciones de
disidencia que pesaron sobre nosotros en aquel entonces.
Era otro momento
neurálgico: acababa de caer el socialismo en la Europa del Este y todos nuestros profesores tenían miedo. Se preguntaban cómo era posible que un grupo de estudiantes que acababa de ingresar a Artes y Letras se atribuyese el derecho de crear su propio medio de comunicación.
(Como suele suceder en las sociedades paternalistas y totalitarias, buscaban conexiones inexistentes. Intentaban dilucidar cuál era la mano oscura que nos movía. Salvando las distancias, son las mismas acusaciones que están intentando usar hoy en contra de la artista Tania Bruguera y su intención de llevar a cabo otra edición de su performance El susurro de Tatlin #6, esta vez a micrófono abierto en la Plaza de la Revolución.)
Por aquel entonces, desconcertados ante la osadía nuestra de erigir unos murales sin pedirle permiso a nadie, se desató una cacería de brujas en nuestra facultad. Nuestros propios compañeros de grupo se
demarcaban de nuestras acciones acusándonos como si fuésemos apestados.
A diferencia de mis colegas 'muralistas', yo tenía apenas 18 años y nada que perder. Poco después abandonaría mis estudios arrastrando el sabor de aquella experiencia kafkiana. De aquellos meses recuerdo, entre otras cosas, la insistencia de Morriña en hablar conmigo con la intención de que no abandonara. O, después de haberse enterado de mi carta de renuncia, quería intentar echar las cosas para atrás.
Pero ya el mal estaba hecho: yo me negaba a seguir estudiando en una institución que me exigía enmascarar mi pensamiento, mi forma de ser y de actuar para obtener un título universitario. Esta siempre me ha parecido la mayor forma de adulterio, en todo caso, la que presupone mayor violencia, porque es la que se ejerce conscientemente contra uno mismo.
Meses más tarde el profe Morriña me hacía llegar por mediación de uno de mis antiguos colegas una postal de felicitación por el fin
de año. En la misma me decía que aún lamentaba mi decisión. Un gesto humano que me conmovió profundamente. Un detalle que como evidencian estas líneas, no he olvidado jamás
Hoy, empezando el 2015, tras la ola represiva que desatara el anunciado performance El susurro de Tatlin #6 de Tania Bruguera a través de la convocatoria lanzada en su plataforma virtual #YoTambienExijo, asistimos una vez más a otro capítulo bochornoso
del arte cubano. Uno que deja un triste saldo de detenciones arbitrarias, encarcelamientos y anunciadas acciones penales, tanto para la propia artista como para otros activistas que intentaban asistir al evento.
Otra muestra que reafirma que en Cuba —a pesar de lo anunciado por los presidentes Barack Obama y Raúl Castro el pasado 17 de diciembre de 2014 sobre la normalización de relaciones diplomáticas entre los dos países— nada ha cambiado. Se sigue penalizando la discrepancia, se sigue condenando y coartando duramente la libertad de expresión y asociación.
Incluso, se recrudece la represión contra aquellos artistas que intentan operar de forma independiente fuera del estrecho marco impuesto por las instituciones culturales. Y poco importa la talla del artista: ya puede tratarse de Pedro Pablo Oliva, la Bruguera o el grafitero El Sexto. Todos son considerados disidentes por igual si se atreven a desafiar públicamente con su arte un poder tan asfixiante como obsoleto.
Recientemente hice acopio de paciencia y leí las miserables declaraciones del presidente del Consejo de las Artes Plásticas (CNAP), Rubén del Valle y las del director de la Bienal de La Habana, Jorge Fernández. En ellas ambos funcionarios —verdaderos policías de la cultura— justifican la censura y detención de Tania Bruguera, a la que acusan no solo de querer alterar el orden público al comportarse como una mercenaria, sino —según se lee entre líneas— de haber perdido la noción de lo que "es arte".
Curiosa afirmación la de estos funcionarios sobre Tania Bruguera, una de las artistas y 'ARTivistas' a quien Marina Abramovic —esa institución de la performance en el mundo del arte internacional— considera una de las creadoras de mayor relevancia en esta manifestación en el panorama del arte actual.
Por eso hoy, en este primer día del año, en contraposición a tanto absurdo, he vuelto a pensar con infinito cariño en Oscar Morriña. Esta vez lo hago no solo recordando lo que nos transmitió con sus
clases, sino admirando sobre todas las cosas su sentido de la ética, su decencia y respeto a la
dignidad humana. Celebro la vida de un ser raro que supo mantener su integridad en semejante entorno.
Hoy más que nunca agradezco la dedicación de ese profesor cuyo amor al arte le permitía aceptarnos a todos por igual, más allá de nuestras tendencias y credos. Un intelectual lúcido que nos enseñó que 'todo arte es ideología y responde a los intereses de la clase de la que surge y, en consecuencia, debe contribuir a la apología de esa clase influyendo en la formación del hombre'.
Partiendo de esos postulados, pienso que el Arte útil y el Arte de Conducta de Tania Bruguera están en total sintonía con el momento histórico actual y lo que exige para los cubanos: "No seamos ni esclavos, ni consumidores. Seamos ciudadanos"
Aquí vamos, Morriña, bregando en el eterno retorno.