"This is a problem we don't get, but maybe some people do", —afirma el viejo Robert Plant al introducir este clásico durante un conciertazo en vivo—.
Por asociación, caigo en la cuenta de que hoy hace más de 10 días que no sé nada de mi mejor amiga. Mentalmente increpo, me castigo y le respondo al viejo Robert.
Por asociación, caigo en la cuenta de que hoy hace más de 10 días que no sé nada de mi mejor amiga. Mentalmente increpo, me castigo y le respondo al viejo Robert.
Suena el teléfono.
—¡Ya era hora!
Me parece justo. A lo largo de la última semana he estado llamando al mismo número ad infinitum. He envíado varios SMS y no he obtenido respuesta. Pero ahora... mi móvil anuncia que es ella.
—She's back, yeah!
Su voz suena pausada. Está bien —me dice— y el mundo vuelve otra vez a recorrer su órbita.
Sin embargo, muy pronto se pierde en excusas, saca a relucir viejos renconres, esos pepinillos verdes encurtidos en vinagre con los que (mal)nutrimos el alma en días nefastos en los que la cabeza no anda bien y no encontramos mejor solución que la de envenenarnos con ciertas minidosis de acidez.
—¡Ya era hora!
Me parece justo. A lo largo de la última semana he estado llamando al mismo número ad infinitum. He envíado varios SMS y no he obtenido respuesta. Pero ahora... mi móvil anuncia que es ella.
—She's back, yeah!
Su voz suena pausada. Está bien —me dice— y el mundo vuelve otra vez a recorrer su órbita.
Sin embargo, muy pronto se pierde en excusas, saca a relucir viejos renconres, esos pepinillos verdes encurtidos en vinagre con los que (mal)nutrimos el alma en días nefastos en los que la cabeza no anda bien y no encontramos mejor solución que la de envenenarnos con ciertas minidosis de acidez.
Mis oídos soportan lo imposible. Casi historias de ultratumba. Pero escucho.
No logro entender cómo puede una relación de tantos años pasar a ser engavetada en un archivo memorial de esa manera. Cómo una persona con la que has reído y llorado, con la que compartiste el patio de tu casa, tu ropa, los viajes, la comida de los hijos, los insomnios, los divorcios y todas las celebraciones posibles e imposibles en medio del dolor del desarraigo de pronto decide que te borra, que ya no vas a estar más en su vida.
—¡Esto es un caso de estudio!, —me digo—. Por eso soy toda oídos.
De repente, como por azar, aflora el actante principal de esta tragedia, la pieza que articula todo el rompecabezas: un hombre. Pero no uno cualquiera, sino uno reconvertido, un hombre que está de vuelta de todos sus pecados. Y él arrastra sus celos de bestia herida y despechada, sus falsas incomprensiones, penas que rumia de noche entre las sábanas de mi amiga. Un mundillo muy básico en el que abundan los complejos y donde la palabra final la tiene siempre la vanidad del macho del terruño.
Cada pieza del puzzle acaba de caer definitivamente en su lugar.
De repente, como por azar, aflora el actante principal de esta tragedia, la pieza que articula todo el rompecabezas: un hombre. Pero no uno cualquiera, sino uno reconvertido, un hombre que está de vuelta de todos sus pecados. Y él arrastra sus celos de bestia herida y despechada, sus falsas incomprensiones, penas que rumia de noche entre las sábanas de mi amiga. Un mundillo muy básico en el que abundan los complejos y donde la palabra final la tiene siempre la vanidad del macho del terruño.
Cada pieza del puzzle acaba de caer definitivamente en su lugar.
Con pesar veo en ese espejo la amargura de una vida que dejamos desfilar como si no fuera la nuestra. Mi amiga está cansada de luchar contra imposibles. Lo sé de sobra. Le faltan fuerzas para echarse su vida a cuestas y salir sola adelante. Está atrapada en la cubanísima fórmula de "tener un hombre al lado". Y hasta cierto punto, es lo normal. Ese es su paradigma. A pesar de los años pasados en este congelador no sabe vivir de otra manera.
—Te ha pasado tantas veces... ¡Y no aprendes! ¿Por qué la vida te pone estas pruebas?
Quizá sea porque en tu mundo la amistad siempre fue el mayor de los tesoros. Porque de niña tuviste la dicha de ser tocada por un ser especial que te distinguió con su atención, te contagió sus valores y te enseñó por lo que vale la pena vivir y morir.
(Está claro, los ángeles no son criaturas de este mundo. Por eso hoy estás sola. Por eso ahora hablas y mientra miras por la enorme ventana tus palabras son como esas hojas que arrastra el viento allá afuera).
Pero tú tienes más, muchísimo más para entregar. Otra vez las palabras de aquel chico resuenan en tu cabeza:
—¿por qué tu corazón es tan grande? Soy dichoso... ¡En él cabe tanta gente! Es porque tienes el don del amor.
—¿Lo recuerdas? —Sí. Y te guardas el regalo de su sonrisa eterna.
Quizá sea porque en tu mundo la amistad siempre fue el mayor de los tesoros. Porque de niña tuviste la dicha de ser tocada por un ser especial que te distinguió con su atención, te contagió sus valores y te enseñó por lo que vale la pena vivir y morir.
(Está claro, los ángeles no son criaturas de este mundo. Por eso hoy estás sola. Por eso ahora hablas y mientra miras por la enorme ventana tus palabras son como esas hojas que arrastra el viento allá afuera).
Pero tú tienes más, muchísimo más para entregar. Otra vez las palabras de aquel chico resuenan en tu cabeza:
—¿por qué tu corazón es tan grande? Soy dichoso... ¡En él cabe tanta gente! Es porque tienes el don del amor.
—¿Lo recuerdas? —Sí. Y te guardas el regalo de su sonrisa eterna.
La conversación se escurre por senderos trillados. Nos tornamos formales. Agradezco su sinceridad. Y me dejo ir. Me voy desprendiendo de esa parte de mi vida como si fuera una vieja piel. Atrás queda el cachondeo entre chicas, la risa fácil, los sobrentendidos con sólo cruzar una simple mirada. Serán sólo recuerdos, buenos momentos inmortalizados en instantáneas.
Y sabes —porque lo intuías desde hace mucho— que no habrán más tardes de cocina, ni mesas compartidas, ni días del año.
Ya al límite pronuncian palabras de cariño, frases manidas. Finalmente, casi con alivio, cuelgas.
Y sabes —porque lo intuías desde hace mucho— que no habrán más tardes de cocina, ni mesas compartidas, ni días del año.
Ya al límite pronuncian palabras de cariño, frases manidas. Finalmente, casi con alivio, cuelgas.
—¡Un problema resuelto! No hay como dejar las cosas en claro, —te dices—.
Un sentimiento de bienestar te reconforta. Entonces, dejas que tu melomanía te guíe, que tu instinto te salve y haga el resto. En YouTube, "los abuelos" aguardan con la sabiduría propia de los clásicos. Está en tu lista, of course, babe! Y dejas que la canción haga tu día.
Un sentimiento de bienestar te reconforta. Entonces, dejas que tu melomanía te guíe, que tu instinto te salve y haga el resto. En YouTube, "los abuelos" aguardan con la sabiduría propia de los clásicos. Está en tu lista, of course, babe! Y dejas que la canción haga tu día.
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