Afuera llueve. Ha llovido toda la noche de forma inconsolable. Recibo una nota breve por GMail. Un relámpago atraviesa la noche. Me anuncia Garrix que Alben, el Maestro, se ha ido... De momento, la noticia me arrasa. Me deja huérfana. En mi angustia me siento tan desvalida como un gorrión bajo la lluvia.
A pesar de los avisos regulares sobre su deteriorado estado de salud, noticias que mandaban algunos amigos, la lógica ahora se niega a funcionar.
Mini historieta de © Alben, 1989 que me acompaña desde esa fecha. Fuente: mis archivos personales.
Lo que ocurre es que Alberto Enríque Rodríguez Espinosa (Caibarién, 21 de noviembre de 1924-Ciudad de La Habana, 23 de septiembre de 2010), a quien todos en Cuba conocían como Alben gracias a sus historietas en Palante y otras publicaciones, fue mi padre. Pero no fue un padre cualquiera. De hecho, fue tan poco convencional que ni siquiera era mi padre biológico.
Delante del mural de la recepción de Palante. De izquierda a derecha, de alante hacia atrás: Alben sentado sobre Lázaro, yo, Iscajim, ; en la segunda fila, Ares, Lillo, Mirian, José Luis, Betán, Perfecto Romero, La China, Alexis y Wilson. Fuente: mis archivos. Foto: Juanjo Martínez, 1997.
Alben llegó a mí de la mano de una persona a la que amé profundamente. Un amor de juventud que a su paso por mi vida fue dejando una estela de personas extraordinarias.
Como si no le bastara hacerse un lugar especial, esa persona me fue presentando a otros amigos artistas, locos de remate todos. Buena parte de ellos ya estaban bien entraditos en años, lo cual contrastaba mucho cuando salían a la calle con una muchacha que sólo tenía 16.
Evora Tamayo, Alben y yo, durante una pausa en una conferencia de prensa en Puerto escondido. Foto: Perfecto Romero, 1988. Fuente: mis archivo.
Alben, mostrando la cola que yo le hacía en la melena que nunca se cortó. Foto: Isbel Alba, 1988. Fuente: mis archivos.
Creo que el aura de ese amor ayudó a que todos ellos - entre los que especialmente cuento a Evora, Garrix, Lázaro y Betán-, se instalaran profundo en mi vida. Sin duda, fue una época hermosa en la que básicamente éramos felices con muy poco.
Alben, Is & Garrix Forever. Fuente: mis archivos.
Sin embargo, a pesar de la dinámica del grupo, mi relación con Alben fue mucho más especial. El no fue sólo un amigo, sino que devino mi padre. Organizábamos salidas culturales; a veces también íbamos a merendar o a cenar a restaurantes. Cuando no lo veía en el periódico solía visitarlo en casa de su esposa. Fue así como el Maestro me fue domesticando, me fue enseñando que "el hogar son las manos en las que puedes llorar".
Lo que ocurría era que Alben creía en mí sobre todas las cosas. Por eso me instaba a cultivar mi talento y a aprender cosas diferentes. Le gustaba que escribiera, que hiciera collages y me ejercitara en la gráfica. Lo recuerdo enseñándome a armar una página de periódico paso por paso, cuando aún no se utilizaban los logiciales de edición. Gracias a él aprendí los rudimentos de la fotografía mecánica con una cámara Kiev que enfocaba maravillosamente bien.
Así, poco a poco, el Maestro me fue conduciendo a esa dimensión fuera del tiempo donde sólo reina la aceptación y el amor. Para mi alegría, en los últimos años de mi ausencia conoció a mi madre. Ella como todos, quedó enamorada de su espíritu y energía.
Con semejante legado comprenderán que hoy no puedo estar triste.
Repaso su vida y lo veo riendo sonoramente, mandando a volar a la gente pesada con irreverencia, contando sus anécdotas absurdas pero sobre todo, dibujando hasta el último día. Exactamente como me escribió Evora en esta foto reciente que aquí muestro.
Invariablemente, pensar en Alben es sentirlo entre amigos que lo adoraron, entre no sé cuantos hijos y mujeres que lo amaron conscientes de lo especial que era. Entonces, me digo que cuando una persona ha cumplido tan cabalmente su vida, no hay nada que lamentar.
Alben, junto a su amada Gladys y Laz, en el zoológico, donde trabajaban haciendo caricaturas los fines de semana. Foto y dedicatoria de © Evora Tamayo, 2010.
Mi único pesar es no haberle podido acompañar en sus últimos años. Pero ese es el precio mayor del exilio. Un precio que he tenido que pagar en varias ocasiones y duele, duele mucho.
Alben me heredó una sola verdad infinita: en este mundo lo único que vale la pena duplicar son las dosis de amor. Nos vemos en la próxima caricatura, Maestro. Va todo mi amor para Usted.
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